Reloj

 

martes, 2 de octubre de 2012

LAS MANOS AMOROSAS DE UNA PELUQUERA
El despertador retumba en mis oídos todas las madrugadas cuando cantan esos pajaritos que llaman “cuchitas”, me despierto asustada pensando que es mi despertador y que me cogió el tarde para ir a estudiar, pues no, es el terrible tormento de Doña Carmen, el abrir los ojos con una pisca del cansancio del día anterior, por eso después de ese timbre se oye un silencio casi infinito, un silencio glorioso en el que los sueños parten a su lugar de origen, son los cinco minuticos de más, la última ilusión del inconsciente. Luego  empiezan a sonar los trastes en la cocina, el continuo bajar del chorro del agua por los bordes de la olleta reglamentaria de café, más tarde, el contraste entre frio y  calor se manifiesta con la planchada de la camisa del señor de la casa, a causa de estos duros cambios de temperatura en los aconteceres de la vida se presentan numerosas enfermedades femeninas,  el tropiezo que en realidad es tesón y  empeño en las madrugadas de una esposa, de una madre.
Doña Carmen tiene un salón de belleza, no tiene nombre, solo hay un letrero naranja con letras negras en el que dice “SALA D BELLEZA Y MISCELANEA”, pedicura, manicure, blower, cortes y peinados se realizan a la velocidad de la luz.
Más o menos a las ocho, cuando termina de despedir a su hijo menor con un beso en la frente y una caricia con sus manos que aún huelen a  cebolla, abre el salón y al ritmo de la música de su emisora favorita barre y trapea de lado a lado con el son y la alegría característicos de la mujer santandereana, se maltrata las manos casi igual a un cotero, exceptuando las ampollas, ya que se las llena de límpido o desinfectante con la ilusión de ver su lugar de trabajo reluciente y de buen aspecto. Es una ironía que esas manos tan maltratadas por el oficio al que está tachada la mujer como institución social, como actividad propia de su naturaleza, sean manos tan tersas y suaves a la hora de laborar para llegar a hacer sobre el pelo de la clientela cosas tan increíbles, peinados tan hermosos, cortes tan perfectos como el cuerpo humano y en las uñas pintar el vivo retrato de la naturaleza; flores, mariposas montañas, animales, es una artista que es capaz de darle vida y movimiento a las manos de aquellas que tuvieron un destino más afortunado.
Después de esterilizar y dejar rechinante de limpieza cada instrumento de la peluquería, saluda muy gentilmente a sus primeros clientes en su mayoría señores y jóvenes del barrio, ella describe la personalidad de los clientes teniendo en cuenta el tipo de corte que se hacen, por eso, abundan en su salón diversas energías, la energía del “ñero”, dícese de aquel quinceañero de barrio que se  cree  delincuente y marihuanero, también llega la energía del señor de la casa, el hombre trabajador que anda de afán, la energía del viejito pensionado que sale a la calle a ver pasar los carros, estos son los que mientras le cortan el pelo cuentan las anécdotas de las chusmas contra chulavitas o las hechos más asombrosos que marcaron su vida desde la época en que empezó  la violencia.
Un hecho bastante sorprendente es el control que esta mujer le da a sus manos que empiezan a tener un leve temblor, es muy extraño, pues ella no pasa de los cuarenta años, y en su labor tiene el cálculo tan fijo como el de un arquitecto, como también es de admirar que es una mujer incansable, trapea, barre, lava loza, hace de comer, cuida los niños y corta el pelo al mismo tiempo.
A las diez de la mañana pone la pitadora a toda candela, cocina para seis personas con el mismo afán, su esposo y su hijo mayor salen a trabajar y los dos chiquitines mientras tanto molestan con mucha energía, vuelven un campo de batalla la casa, lloran, fastidian la perra hasta que los muerde, levantan el techo a gritos y el aseo que hizo en la mañana queda reducido a un taller de reparación para  juguetes.
Mientras ella está ocupada tinturando el pelo de unas señoras muy elegantes, pues tal es su talento que a su salón asisten personas en carros de alta gama, por otro lado el sudado de carne y papa se seca y lentamente se quema la olla, no tiene más arma que recurrir a los gritos y a alguno que otro pellizco para que los niños no peleen más, y decirle a los clientes, que la esperen un momento en el salón mientras arregla la olla en la que se secó el caldo del almuerzo.
Sin duda las peluquerías abundan por la magnífica demanda que ellas implican, la belleza en el mundo y como requisito de asenso social está en boga para las mujeres que no ven más allá de la farándula y el ilusorio mundo de la fama, pero las clientas de Doña Carmen en su mayoría son madres jóvenes, trabajadoras que quieren lucir el esplendido aspecto que el sufrimiento les ha opacado, por ejemplo mantener las uñas de los pies limpias y con figuras de mariposas y flores muestran la dulzura característica de una dama, cada cliente de la peluquería tiene una historia y las que no le cuentan  pues ella misma se las imagina, a través del espejo ve en los ojos, tristeza, alegría, gozo, cansancio, y muchas sensaciones que por lo general terminan transformándose en satisfacción porque el cambio que se lleva a cabo, sea mínimo o sea grande Doña Carmen se los ha elaborado a un bajo costo, son los tres mil pesos de la leche y el pan del pequeño Nicolás en su descanso, el descanso que su mamá no conoce. Porque esas manos pioneras en tocar su pequeño cuerpecito al nacer, esas que le cortaron el pelo del primer mesecito y que lo guardaron en la mesita de noche como recuerdo, aquellas manos que pegan duro por reprender y las mismas con las que Doña Juana, Karina, Tatiana y Martica disfrutaron de la torre Eiffel sobre su cabeza, el mejor instrumento de Dios, las manos, trabajan incansablemente para evitar llagas en las de sus retoños adorados, porque el posible túnel carpiano, osteoporosis o artritis es la fiel prueba de las amorosas manos de una peluquera.
La señora de la pensión en la que vivo, con su magnífica forma de reprender a sus hijos me levanta los fines de semana a las siete de la mañana, su temperamento ilustra la colérica vida del cansancio y las presiones económicas, pero realmente cada día me pone a reflexionar su forma de ser, sin lugar a dudas sus tijeras cortan el hambre de su familia, cortan la discordia, la vil cotidianidad a la que estamos expuestos,  cortan para el cambio pero fundamentalmente cortan para un futuro digno. Al igual que sus esmaltes pintan las uñas de las mujeres, sus hijos pintan su vida de mil colores. 

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