Reloj

 

martes, 2 de octubre de 2012

ANDRÉS, EL REBUSCADO


Siguiendo con la mirada a algunos de mis compañeros y amigos, he contado los pasos brillantes en busca de la meta: un capital que ayude al sostenimiento rutinario, son los pasos del estudiante de la universidad pública, el que aguanta hambre, el que no duerme, el muchacho de pueblo que cuenta con un solo par de zapatos para desgastarle la suela caminando por el campus con el fin de vender el último dulce del envase de plástico.
En el afán de traer a mi cabeza la admiración que merece la lucha por resistir a un mundo tan injusto, me siento en la cabecera de mi cama para dejar por escrita la historia de Andrés Vargas, un querido amigo de San Alberto, Cesar; un joven de veinte años, estudiante de cuarto semestre de ingeniería metalúrgica, el mayor de tres hermanos, hombre bello de buenos sentimientos, su alegría no tiene límites, como todo ser humano tiene momentos malos y momentos buenos. La familia de Andresito vive en aquel pueblo, a tan solo cuatro horas infinitas de su pensamiento, el que inunda de nostalgia su ser por volver a ver a sus seres queridos.
Yo, más que nadie sé qué es la soledad, sé cual es el matiz más profundo que toma la oscuridad en una habitación de cupo universitario, sé que no soy ni la primera ni la última que siente un desespero encarcelado en lo más inhóspito del alma. Andrés vive solo, completamente solo, su círculo de amigos es muy reducido, y en su diario vivir está muy presente la gran angustia que nos atormenta a todos: el perverso dinero, que como colombianos muy bien sabemos, no lo es todo pero es necesario. Los recursos económicos con los que cuenta mi amigo son muy precarios, sus padres lo poyan pero la plata no alcanza, ciento cincuenta mil del semestre, pago de comedores estudiantiles, las copias del libro de geometría descriptiva que cuestan casi veinte mil pesos, el arriendo, internet etc, son cuentas alegres que atormentan a cualquiera  que ande necesitado de plata.
Pues resulta y sucede que Johan Andrés en segundo semestre se cansó de tanta necesidad y tomó la valiente determinación de trabajar, con el “Q´hubo” y kilmétrico en mano empezó a redondear pequeños anuncios de “se necesita”, él se caracteriza por ser muy rápido, camina con ligereza, es muy diligente, y sobretodo responsable, fue por eso que encontró el anuncio indicado: “se necesita mesero de medio tiempo” creo que el restaurante se llama el “Kung Fu Panda”, comida china para todos los gustos, locación grande, temática y muy seria.
La entrevista fue fugaz, un par de preguntas, una prueba de equilibrio con la bandeja y ya, todo estaba listo para empezar a trabajar, tenía que tomar pedidos, y recoger platos durante seis horas diarias, eran doce mil pesos que desaparecían como por arte de magia. Después de la primera semana todo cambió, la sonrisa gentil de la señora oriental se convirtió en un seño marcado en la mitad de las cejas, sus labios se encogieron hasta arrugarse y la paciencia llegó hasta sus límites, en aquel restaurante no se mandaba, se ordenaba con voz militar de acento mandarín, las labores también tomaron un rumbo diferente, Andrés no solo transportaba bandejas de una mesa a otra, también fregaba platos y ollas, le pagaban lo mismo pero le daban el almuercito gratis, un plato de arroz al que los dueños le sacaban los camarones y el pollo, solo quedaban las raíces y los vegetales, ese era el plato de la luz, un bendito bocado de arroz que solo alimentaba las ganas de comer.
La universidad cada vez es más pesada, los trabajos aumentan al ritmo de su tiempo en el alma mater, pero no cabe duda de que sus gafas de descanso son más símbolo de  ingenio, algo parecido a la sabiduría de un joven que ha tenido que madurar a la fuerza, que suda todos los días la sopa del mediodía caminando la ruta que empieza en la UIS y desemboca en la carrera treinta y tres para llegar puntual al “Kung Fu Panda” a servir el delicioso Chop Swey que jamás en su vida ha probado. Un día llegó cinco minutos tarde y desde la entrada mi amigo solo detallaba la cara enfurecida de Cho, la señora del patrón, una mujer que no pasa los cincuenta pero que su aspecto airado pertenece al de una anciana de cien, por la cantidad de arrugas que forman casi una pared greteada de una casa sobre un humedal.
Los insultos en chino fueron monumentales pero no permitieron que Andrés se alterara, al contrario, él es un hombre hecho a prueba de balas, solo se sonroja por su timidez y ya, aguanta demasiado, si recibe una bofetada pone la otra mejilla,  a parte de su esfuerzo por sobrevivir, esa es una de sus grandes cualidades, hay pocas personas así y si esa fuera una característica de nuestra gente, la sociedad y nuestro entorno estaría libre violencia, pero ya, no estoy hablando de utopías o sueños nulos, estoy hablando de una realidad, de este mundo que nos decepciona, los sentimientos de las personas giran en torno al dinero, al perverso capital que transforma conciencias con su barita mágica, de nuestra desconfianza obligada. Yo pienso que la avaricia es la papa más dañada del bulto, y por eso a todos nos toca llevar de este mismo, por malas remuneraciones, nos molestamos el lomo por sobrevivir día tras día y otros se nutren de gula y excentricidades, niños hambrientos, guerras, muertes, contaminación, todos los anteriores son producto de una ambición desmesurada, mundo cruel que va en descenso.
Andrés no se salva de la cosecha de los males, como yo, como el profesor, como el enfermero, el ingeniero y hasta el abogado, él también pasa por las duras y las maduras, aguanta hambre, soporta horas de cansancio, de trabajo mal remunerado que terminan en dolores en la espalda la mayor parte de la noche.
 Trasnochador el chico UIS, lleva casi cuatro años soportando la precariedad del empleo, con el único y más fundamental fin que el de defender sus ideales a toda costa, para ser feliz, para ver a su madre, tan linda, tan humilde, orgullosa de tener un ingeniero en la familia, el mayor de tres hermanos, éste joven es un modelo fiel de miles de universitarios rebuscados, no solo Colombianos, sino del mundo entero.

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